Caminaba entre los árboles, sintiendo su vida, el correr de su savia,
el abrazo de sus ramas
y las caricias de sus hojas.
Unos ojos que no
existen eran los que velaban sus pasos.
La paz más presente
que pudiera haber y la soledad más absoluta.
Una larga y negra
túnica de seda cubría su piel blanca como una luna llena;
caminaba descalza,
nada podía herirla ya.
Sólo sentía el fresco
y mullido manto del bosque.
En sus muñecas y
tobillos tintineaban pequeños pedacitos de plata que colgaban
de delgadas cadenas
enredadas en ellos,
sus menudas manos parecían tallos de rosa en los que clavarse espinas de pecado.
Nadie debe tocar algo tan puro.
Sus uñas pequeñas puntas brillantes.
Un maquillaje irreal
matizaba su cara, imperceptible bajo una vaporosa y tenue gasa negra.
Tenía unos ojos
increíblemente profundos, tristes pero sabios, no sólo veían sino que
traspasaban aquello
que se cruzaba en su camino.
Eran la única ventana
que daba a entender de donde venía.
Ventanas de las que
saldría el dragón de sus entrañas a defender su inquebrantable castillo.
Lo que entregan al
acercarse y lo que se han podido llevar, aquellos que osaron mirar en
ellos sin más
intención que llenarse de su fuerza, su ingenuidad, pureza,
robándole sus pétalos
de protección.
Pétalos que los demás sólo podrían ver como se marchitan en sus manos…
Pasea por su verde
soledad y refuerza su temple con cantos de sirena…
Ha de reponer lo que
amablemente entrega por el camino a quién lo necesita, lo que en momentos
de debilidad alguien
le arrebata, ignorantes ellos porque no saben que los hilos del corazón
no
rompen y allí donde se
lleven lo recibido llegará su amor, y lo robado, su ira.
Algún día entenderá.
Mientras llega ese día seguirá caminando entre sus iguales, callados y
robustos;
sin vida aparente,
pero sintiendo como ella su frío calor de vida extraña.
Su canción, la
tormenta, el trueno estimulando los latidos de su corazón que alimentan su
vida,
el resplandor, esa luz
fugaz que apenas deja ver su camino en la oscuridad y el agua que la bautiza
fresca para que no se
olvide que la mano grande la toca y la espera; tormenta, canción que la hace
sonreír…
A veces se mira en el
agua, trata de simular un espejo en el que ver la belleza que otros pregonan,
pero no la
encuentra…no consigue verla.
Sólo las ondas que
turban el agua se aprecian al caer en ella sus lágrimas.
Manchados de barro sus
pies y su vestido, al contacto con la orilla, se retira no viendo lo que
espera.
Aún así, embarrados
sus pies y sus ojos de sal llenos…
Ella seguirá acercándose a la orilla intentando ver….
Amaranth
27/2/2010
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